Mosquitero común. |
Estaba avanzada la primavera, de hecho acababa de entrar el verano, cuando lo escuché, era mi primera vez, como tantas otras en este 2023, un año especial. Y no era el omnipresente mosquitero papialbo, al que ya escuché en marzo, también por primera vez, recién llegado desde África, coincidiendo en el calendario con el inicio de la primavera. Unas semanas antes fueron las primeras veces en las que oía petirrojos, agateadores, carboneros, chochines, herrerillos, trepadores, currucas, verdecillos… finalizaba el invierno.
Padezco una sordera parcial desde que tengo memoria, se puede decir que es una sordera selectiva (pérdida de audición de alta frecuencia). Puedo escuchar al cuco, o el graznar del cuervo, la queja del ratonero si no está demasiado lejos, pero el silencio es absoluto si un herrerillo se desgañita, encelado, cantando a unos pocos centímetros, sí centímetros, y así igual con una miríada de pajarillos pobladores de los campos que tanto disfruto recorriendo. Las medidas correctoras conocidas (audífonos, implantes cocleares) no resultan adecuadas en mi caso.
La contaminación acústica ha crecido en gran manera en Madrid, me refiero a toda la región. El ruido de fondo también me afecta, como saben quienes comparten estas dificultades auditivas. Seguir conversaciones en ambientes ruidosos enseguida se me hace imposible. De mis primeros años de pajareo, siendo chaval, aún recuerdo los cantos repetidos, insistentes, de los pinzones, una de las pocas especies de pequeños pájaros que podía oír, eso sí, tenían que estar bastante cerca y sólo escuchaba parte de sus notas. Este año los he recuperado. No sé cómo fue pero con el tiempo dejé de percibirlos, supongo que en buena parte por una progresiva pérdida de audición, o tal vez al vivir acostumbrado a un paisaje muy silencioso mis oídos se volvieron perezosos, o tal vez por ese creciente e insoportable ruido de fondo de neumáticos en el asfalto y motores por tierra y aire. No puedo olvidar que, los que pudimos estar en el campo durante los peores momentos de la pandemia, disfrutamos de repente (incluso yo), por muy breve tiempo, paisajes sonoros ya insólitos, impactantes, de una naturaleza liberada en el entorno de la metrópolis. Es tanto lo que perdemos en el ruido en el que vivimos.
Pero volvamos a aquel día, el 23 de junio, de la larga primavera serrana, de un año casi salvado in extremis por las lluvias de finales de mayo. Sabía, por los cantos aprendidos frente al ordenador los meses previos, que no tendría dificultad en reconocer al mosquitero común (Phylloscopus collybita) si nuestros caminos se cruzaban, pero no esperaba que eso sucediera en Braojos. Sin embargo, en los atlas de aves que había revisado tantas veces, sí cabía esa posibilidad. En el resto de épocas del año, no cuando están criando, los mosquiteros comunes son especialmente abundantes, durante sus migraciones, algo menos por aquí, y por eso no son difíciles de ver. Encontrarlos en Braojos en periodo reproductor fue un reto hace tiempo, casi olvidado… unas observaciones fugaces lo único que conseguí, ya lejanas, y ahora todo ha cambiado.
Fue un instante, pero no cabía duda de que se trataba de un mosquitero común y desvié mis pasos para acercarme a su posición. No tardó en cantar de nuevo. Trato de seguirlo, lo busco, nada, no lo veo. No podía creer que iban a resultar tan invisibles como los cetias “serranos” (Cettia cetti, cetia ruiseñor o ruiseñores bastardos de antes). Al final, esta temporada de cría sólo he podido escuchar sus cantos en unos pocos puntos, fui incapaz de verlos, parece que fueran muy escasos, y ello me ha obligado a modificar la entrada dedicada a esta especie en el blog de Aves de Braojos: Mosquitero común.
Mi nueva capacidad auditiva ha sido la causa de varias actualizaciones en dicho blog, por ejemplo en el caso de la curruca mosquitera, el cetia ruiseñor, el discreto zorzal comun, los pequeños reyezuelos o incluso el agateador o el chochín.
¿Qué es lo que había ocurrido?
La historia comenzó el invierno pasado gracias a una odiosa red social empeñada en que veamos vídeos de gatitos. Esta claro que, a veces, un medio social puede ser bueno o malo según el uso que se haga del mismo, y en este caso acerté de pleno cuando hace años decidí seguir el perfil de la National Audobon Society, una veterana organización conservacionista de los Estados Unidos. A finales de 2022 publicaron en su magacín un reportaje titulado de la siguiente manera: Una nueva aplicación devuelve el canto de los pájaros a las personas con pérdida auditiva de alta frecuencia
Incrédulo, leí detenidamente, y continué leyendo en la web del creador de la aplicación: https://hearbirdsagain.org/. Ahí, Lang Elliot, su genial inventor, explicaba pródigamente no sólo como usarla, sino también en qué consistía y a quién podía beneficiar. Y todo cuadraba, yo, que habría hecho un pacto con el diablo, de haber creído en él, para oír los cantos de los pájaros en primavera, aunque sólo fuera un breve momento, tenía al alcance de mi mano una solución. Gracias Lang.
En marzo comencé a probar el invento.
En mi caso puede que no sea perfecto, tengo problemas con algunos grupos de aves, creo que mi sordera es algo más severa de lo deseable para un uso plenamente satisfactorio de la aplicación. Pero es increíble, no puedo sentirme más afortunado. He empezado un largo proceso de aprendizaje, es muy estimulante oír de pronto, pero la confusión también llega a ser máxima durante buena parte de la exuberante primavera. ¡Cómo podía imaginarme algo así!, llegar a un bosque y quedar ensordecido por los cantos de los diminutos carboneros garrapinos, a los que de repente se suman a dúo petirrojos y chochines, currucas capirotadas y pinzones, quedando en un segundo plano las voces de reyezuelos y herrerillos. No me sorprendió el raro canto del triguero, Marian, mi sufrida cónyuge, siempre me dice que es como el tintineo de una moneda que cae al suelo y, no mucho más vistoso, casi igual de extraño, resultaba el del verdecillo, pero no podía prever la sencilla belleza del canto de las totovías, cuando, en invierno, estrenándome en esto de oír, y escuchadas de lejos me hacían pensar en algún bando de distantes gaviotas, era un sonido extrañamente marino para mí. El agateador parecía lanzar una llamada al ataque, como un decidido espadachín, y el carbonero común, en efecto, a veces canta chi-chi-pán. Y a esto es a lo más que me atrevo al describir un canto, lo que yo oigo a través de la aplicación no es exactamente lo mismo que se percibe con un oído íntegro.
Los teléfonos móviles, que cómo las redes sociales, pueden llegar a ser muy perniciosos, han revolucionado la sociedad, pueden salvar vidas y pueden proporcionar muchas satisfacciones. En agosto de 2022, se dio a conocer que otra asombrosa aplicación desarrollada para la identificación de las aves en el campo, Merlín Bird ID, del Cornell Lab of Ornithology, había lanzado una nueva versión adaptada al continente europeo. Su principal utilidad radica en la identificación de las voces de las aves: mientras graba el sonido ambiental te muestra que especies cantan o emiten otro tipo de llamadas en ese momento. Cómo no, podía serme muy útil, y empecé a usarla desde entonces, pero, claro, lo hacía a ciegas. La exitosa Merlín Bird ID no es 100% precisa, pero casi, y para alguien que está empezando, como me pasa a mí ahora que dispongo de Hear Birds Again, es una ayuda extraordinaria. Quién lo iba a decir, pero por supuesto, no se me ocurre salir al campo sin el móvil.
Cuando me quito los auriculares regresa el silencio.
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