La levedad de la gineta


  Recuerdo la primera vez que observé una gineta. Fue hace mucho tiempo, seguía un laberinto de estrechos pasos del ganado entre grandes zarzales bajo un bosquete de sauces, agachado casi todo el tiempo. Al llegar a un punto donde las zarzas dejaban un pequeño espacio libre me incorporé y allí estaba, a medio metro o poco más. Dormía enroscada encima de la zarza. Abrió sus grandes ojos oscuros, me miró, y los cerró seguidamente. No podía creer mi suerte, ni entender su reacción, seguía durmiendo. Al cabo de un rato decidí sentarme un poco más atrás y seguir observándola, pero entonces se levantó y, sin prisa alguna, dio unos pasos sobre la zarza, alcanzó el tronco de un arbolillo y bajó cabeza abajo hasta que perdí de vista el último centímetro de su interminable y espectacular cola. Deseé haberla acariciado.

Aquella zarza no era especialmente tupida, todo lo contrario, más bien algo rala y envejecida, y no comprendía cómo no pareció ceder ni lo más mínimo, como si la gineta no fuera real.

Habrán pasado casi treinta años desde aquel encuentro y apenas un par de observaciones más, brevísimas, hasta hace unos días. Caminaba de vuelta, ya anochecido, cuando tres brillantes pares de ojos llaman mi atención. Parecen posados en un roble, a distintas alturas, a no ser que se encuentren en la ladera que queda detrás. Me voy acercando y no cambian de posición, sólo aparecen y desaparecen como si cerraran los ojos o giraran la cabeza, efectivamente están en el árbol ¿serán búhos? Unos ojos desaparecen, otros aparecen debajo, en la tapia de piedra, a unos 10 metros -no lo vi volar, me digo. Empiezo a sospechar, me concentro en los últimos ojos, en la parte alta de la copa hasta que por fin logro verla. Me fascina la facilidad con la que se mueve entre las ramas.


Habitualmente son animales solitarios, podría tratarse de un grupo familiar, una hembra con sus crías crecidas –dos cachorros son un número habitual en esta especie-, pero dado que no desaparecieron juntas, pienso si no serian dos machos atraídos por una hembra (eso asumiendo que fueran tres ginetas). La del vídeo se alejó por la pared siguiendo el mismo camino que posiblemente tomó una de las otras.

Dos semanas antes, otras dos jinetas me revelaban sus juegos nocturnos, tal vez amorosos, en el fondo de un sombrío barranco. Su agilidad es sorprendente.


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