La matriarca

30 de mayo de 2016

Al caer la tarde el viento se hace notar. Ha sido un día de calor que el cielo medio cubierto ha hecho muy llevadero. Después de horas de continuas observaciones no hago más que demorar el momento de emprender el camino de vuelta. Las sombras cubren la hondonada del arroyo, y siguen ascendiendo con rapidez, cuando aparecen unos jabalís.Entre ellos hay ocho rayones crecidos, curiosos y juguetones. En la piara veo dos hembras con las mamas abultadas, una de ellas, que luce un extraño pelaje, es la jefa, no cabe duda.

En un momento dado entra en escena un macho atraído por alguna o algunas de las jabalinas, lo que revoluciona algo el grupo. Los rayones le siguen curiosos y las hembras no dejan que se les acerque. La excitación del verraco parece aumentar, saliva abundantemente. Su saliva contiene feromonas y puede ser ésta una razón por la que se ve en el segundo vídeo como una hembra levanta el morro olfateando cuando se le acerca (min 1’10’’).


Las dos madres permanecen ajenas, pero el resto se ha ido agrupando entorno a ellas y al final el pretendiente, que ha llegado hasta el núcleo de la piara, es sacado de su obcecación por el violento ataque de la matriarca.

Este jaleo llama la atención de unos perros que campeaban libres. Ladran  a los jabalís sin atreverse a más, no se les ocurre acercarse siquiera. Nuestra protagonista no se lo piensa mucho y, aunque los canes están a más de 100 metros, quiere dejarles las cosas bien claras. Parece buscarlos con la mirada y avanza hacia ellos, los rayones enfilan detrás, igual que el resto del grupo, la segunda madre inmediatamente detrás de la jefa, más prudente. Antes de que haya cubierto la mitad de la distancia que los separaba, los perros se pierden de vista.



En el minuto 1’50’’ aparece el macho.

La gran “familia” vuelve a la normalidad. El macho sigue al grupo algo apartado. Todavía intentará alguna nueva aproximación.


Música de Rob Costlow – Álbum Woods of Chaos  - Reflections.  Licencia Creative Commons

Trece pequeñuelos, sol y arena.

Poder observar a una perdiz con sus perdigones es una de esas escenas que te alegran la tarde. Siempre lo celebro, y si a la espontaneidad de los polluelos se suma la naturalidad con la que el adulto disfruta de un baño de arena pues más aún. Luego se alejan siguiendo el camino, como una familia que hubiera salido de paseo, cuando, de repente, a la voz de alarma del adulto los pollos corren rapidísimos a refugiarse fuera del camino, bueno, en realidad todos menos uno, que tal vez al ver la desbandada súbita de sus hermanos no ha sabido a qué grupo unirse. La perdiz vigila, esta vez no ha pasado nada, pero bien sabe que no podrá salvarlos de todos los peligros.


En otra tarde de primavera los abejarucos componen la banda sonora y una cogujada montesina también hace un breve paréntesis para un baño de tierra.



Es un comportamiento común en muchas especies, sobre todo en terrenos áridos. La arena así pulverizada entre las plumas elimina el exceso de grasa en las plumas, y además de un buen sistema de higiene es un ancestral remedio contra los parásitos externos. Mientras, los abejarucos parecen esponjarse para dejar que los rayos del sol penetren entre su plumaje, otra manera más de mantener éste en buen estado.