Otoño 2015, Madrid.
A finales de septiembre el celo de los gamos está en su apogeo y sus ronquidos se mezclan con los berridos de los ciervos. Un macho parece escoltar a una hembra mientras pastan. En un momento dado se ponen en alerta, seguramente me sintieron, han dejado de sacudir la cola y levantan la cabeza. Tratan de descubrir el peligro con sus grandes ojos y tras unos segundos deciden alejarse, despacio. La cola levantada del macho dibuja una advertencia de máxima alarma y sin embargo su afán de apareamiento puede más, casi de repente se vuelve y comienza a perseguir a la hembra. Estos días las carreras son continuas.
Avanza el otoño y la berrea del ciervo pierde intensidad, aunque mientras haya hembras receptivas seguirá escuchándose.
Las hembras adultas van acompañadas por sus crías del año. Estas, que muestran un desarrollo más o menos parejo, están iniciando el destete. Algunas, sin embargo, parecen poco más que bambis.
19 de octubre de 2015 |
Aunque en la foto no es posible comparar su tamaño, se aprecia perfectamente el dibujo de bambi que ya han perdido la mayoría de los chotos.
El número de crías tardías aumenta con la densidad de la población y seguramente contribuyen a prolongar la época de berrea incluso hasta el invierno.
Un mediodía sorprendo a dos ciervas con sus respectivos cervatillos disfrutando de unos baños de barro. Antes de que saque la cámara una de ellas se asusta y madre y cría se alejan. Todavía puedo tomar las siguientes imágenes:
Lástima que me detectaran tan pronto.