Trece pequeñuelos, sol y arena.

Poder observar a una perdiz con sus perdigones es una de esas escenas que te alegran la tarde. Siempre lo celebro, y si a la espontaneidad de los polluelos se suma la naturalidad con la que el adulto disfruta de un baño de arena pues más aún. Luego se alejan siguiendo el camino, como una familia que hubiera salido de paseo, cuando, de repente, a la voz de alarma del adulto los pollos corren rapidísimos a refugiarse fuera del camino, bueno, en realidad todos menos uno, que tal vez al ver la desbandada súbita de sus hermanos no ha sabido a qué grupo unirse. La perdiz vigila, esta vez no ha pasado nada, pero bien sabe que no podrá salvarlos de todos los peligros.


En otra tarde de primavera los abejarucos componen la banda sonora y una cogujada montesina también hace un breve paréntesis para un baño de tierra.



Es un comportamiento común en muchas especies, sobre todo en terrenos áridos. La arena así pulverizada entre las plumas elimina el exceso de grasa en las plumas, y además de un buen sistema de higiene es un ancestral remedio contra los parásitos externos. Mientras, los abejarucos parecen esponjarse para dejar que los rayos del sol penetren entre su plumaje, otra manera más de mantener éste en buen estado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario